30 nov 2009

Copas nocturnas


Se sirvió una copa de vino barato a eso de las once. Por una extraña razón le hacía sentir que eso la ayudaba a escribir fluida y apasionadamente en la comodidad del silencio. Se rehusaba a aceptar que lo único que hacía era sumergirla dentro de su frustración de no tener al único hombre que decía haber amado.

Sacó la máquina de escribir heredada de su abuelo. Tenía la absurda superstición de que nada bueno podía resultar de la escritura de un artefacto tan banal como un computador. Se aferraba al pasado, a lo estrictamente clásico. Si hubiera podido tocar piano y vestir un corsé medieval mientras escribía lo hubiera hecho. Sentía que tenía que transportarse al pasado para que algo bueno resultara de aquella inspiración prefabricada.

Media botella después había escrito otra versión más de su cuento de amor imposible que no llegaba a más de tres páginas. Pasaba tanto tiempo soñando con escribir un libro y firmarle dedicatorias a sus miles de fanáticos, que se olvidaba del cómo materializar ese sueño. Quizás nunca lo sabría.

Aún así no desmayaba. Tras un suspiro cada vez más usual y menos sentido recopilaba sus tres páginas de amor no correspondido, las guardaba en una carpeta, y se iba a la cama convencida en que mañana, luego de comprar otro vino, lograría comenzar su libro cuyo tema no tenía.

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